A finales de 1952 Peter Hulit, un zapatero de Princeton (New Jersey), recibió en su tienda de zapatos una llamada telefónica de urgencia. Era Helen Dukas, la secretaria de Albert Einstein, al físico le dolían los pies y necesitaba unos zapatos nuevos.

Hulit, tomó un medidor de pie y varios pares de zapatos, y se dirigió a la casa de Einstein.

Al entrar a la casa del genio, Hulit, se encontró a Einstein quien le dio la mano e inmediatamente le mostró un dibujo de su pie y de lo que llamó “el zapato perfecto”.

Einstein caminaba casi todos los días dos kilómetros desde su casa hasta el Institute for Advanced Study y su dolor de pies iba en aumento. A pesar de ser un genial ciéntifico no había encontrado la causa ni la solución.

Después de medirle los pies, Hulit determinó el profesor sólo necesitaba unos zapatos más grandes ya que había aumentado de peso y sus pies cambiaron de talle. La solución parecía simple, pero para un genio como Einstein los problemas y sus soluciones iban más lejos que para el común de la gente. Luego de analizar en profundidad la situación, llegó a la conclusión de que la solución era definitivamente ese “zapato perfecto” que él había dibujado, un zapato de un talle mayor, como había dicho Hulit, pero desde la mirada científica de uno de los más grandes genios de la historia.